Monseñor Romero, “la voz de los sin voz” para luchar contra las injusticias

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Mensaje de Alianza Américas ante la canonización de Óscar Arnulfo Romero, este 14 de octubre en Roma. El arzobispo de San Salvador fue asesinado en 1980 debido a su permanente denuncia de violaciones sistemáticas a los derechos humanos en El Salvador.
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Alianza Américas reconoce a Monseñor Óscar Arnulfo Romero como un precursor en la defensa de los derechos humanos en El Salvador, ciudadano y líder comprometido en la lucha contra las injusticias. Una figura que la diáspora salvadoreña y las organizaciones que abogamos por la defensa de los derechos de las personas inmigrantes dentro y fuera de los Estados Unidos debemos tener presente en nuestro trabajo cotidiano.
Romero fue vilmente asesinado mientras oficiaba una misa, el 24 de marzo de 1980. Él había convertido su labor religiosa en una labor de denuncia a las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que el Estado, a través de sus cuerpos de seguridad represivos, cometía desde los años previos de la guerra civil salvadoreña. Un conflicto que inició formalmente con su magnicidio, y que en el transcurso de 12 años, dejó más de 75 mil muertos.
A pesar de las reiteradas amenazas contra su integridad, Monseñor se convirtió en la voz, nacional e internacional, de los más desprotegidos -campesinos, obreros, maestros y líderes comunitarios- que eran reprimidos por organizarse contra las injusticias y contra la pobreza a la que habían sido condenados por gobiernos autoritarios durante décadas. Romero fue asesinado un día después de haber pronunciado este mensaje:
“Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡cese la represión! (Homilía 23 de marzo de 1980).
Desde su papel líder de fe, Romero demostró que el involucramiento en favor de procesos de justicia y defensa de las poblaciones más vulneradas se vuelve una oportunidad para incidir y demandar soluciones a gobiernos que propician la desigualdad económica y social. Monseñor alzó su voz por quienes eran excluidos y violentados en sus derechos, aunque esto le ocasionara el rechazo y la persecución de altas esferas de poder.
Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no se queden tantos crímenes manchando a la patria, al Ejército. Que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas” (Homilía 28 de agosto de 1977).
A 38 años de su magnicidio, el mensaje de Romero -el de luchar por un país más digno para los más desprotegidos- sigue vigente, tanto en El Salvador como en todas las Américas. Nos recuerda que no hay paz ni democracia sin justicia e igualdad social. Su palabra también es de compasión y aliento para aquellas personas que, ante el incumplimiento de sus derechos fundamentales en sus países de origen, buscan las oportunidades que les han sido negadas.
“Es triste tener que dejar la patria porque en la patria no hay un orden justo donde puedan encontrar trabajo” (Homilía 3 de septiembre de 1978).
“La reforma agraria salvadoreña debe tener una perspectiva amplia; no sólo orientarse a la redistribución de tierra, sino de los recursos sociales. Que haya para todos los campesinos y pobres: médicos, escuelas, hospitales, electricidad, agua, etc. En una palabra, tender al desarrollo integral humano(Homilía 16 de diciembre de 1979).
Monseñor Romero ejemplifica el rol de un ciudadano comprometido. Por ello, el trabajo de las y los actuales defensores de derechos humanos en la región se identifican con su figura: denuncian, exigen y actúan por una sociedad más justa para todos, principalmente para sectores vulnerables. Romero también defendió el derecho a la libre organización, el trabajo comunitario como una vía para lograr una vida digna. Por ello, el mensaje de Romero debe alentarnos a que seguir abogando para una vida más inclusiva para todos, equitativa y sostenible a largo plazo; además de fortalecer el trabajo en red con organizaciones que desafían la desigualdad e injusticia a nivel transnacional.
“Nadie le puede quitar a los hombres el derecho de asociarse, con tal que sea una asociación para buscar las causas justas. Tampoco estamos defendiendo las agrupaciones criminales, en cualquier sector que estén. Si es para secuestrar, para robar, para matar, para eso no hay derechos. Pero unirse para sobrevivir, para comer, para defender sus derechos, a esto sí tiene derecho todo hombre. La agrupación es un derecho cuando los objetivos son justos. Y la Iglesia estará siempre al lado de ese derecho de organización y de esos justos objetivos de las organizaciones” (Homilía 20 de agosto de 1978).
El mensaje de Romero se enlaza con los objetivos de Alianza Américas y de sus organizaciones miembros: trabajar por una vida más equitativa e inclusiva para las comunidades inmigrantes latinas que viven en Estados Unidos, y las personas que viven en todas las Américas. Por eso, en el marco de este reconocimiento -muy esperado desde hace muchos años por sus seguidores- hacemos un llamado a todas las personas y organizaciones comprometidas con el bienestar de los más desprotegidos a traducir su legado en acciones cívicas para la construcción de una verdadera democracia que defienda y fortalezca los derechos de aquellos por quienes San Romero dio su vida.
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