16 de abril de 2020 — El manejo de la movilidad humana ante el COVID-19 ha sido una de las pruebas más importantes para los gobiernos de EE. UU., México y Centroamérica. Prueba que estos gobiernos reprobaron mostrando su ausencia de humanidad, su disposición a desconocer sus propios ordenamientos legales y a violar los tratados internacionales. Mientras que muchas personas pueden quedarse en casa, hay otros millones de migrantes y solicitantes en tránsito a su destino, y otros millones de personas aprehendidas, detenidas, incluso niños no acompañados, y esperando ser deportadas. Estas personas están atrapadas en limbos de miseria por políticas que les impiden pedir asilo, acogidos en un albergue o en campamentos de refugiados en las fronteras, esperando la oportunidad para solicitar protección internacional. Muchas otras están viviendo el encarcelamiento en territorio extranjero, viviendo un prolongado duelo de la deportación, o simplemente abandonados ante la imposibilidad de ser deportados en una frontera cerrada.
Resulta urgente entender que la pandemia no es momento para el cumplimento de la política migratoria a expensas del contagio de miles de personas. Se deben realizar esfuerzos para poner en práctica alternativas a la detención y terminar con la detención migratoria. Igualmente, se deben suspender las deportaciones, dado el riesgo de contagio en el viaje y la imposibilidad de garantizar que las personas no están contagiadas. Es inexcusable que los países más poderosos extorsionen y amenacen a los países pequeños si no aceptan a sus nacionales deportados, poniendo a prueba sistemas de salud débiles incapaces de responder a las necesidades de su población, mucho a menos a las de sus nacionales recién llegados.