¿Qué debemos hacer para lograr que las protestas y las manifestaciones masivas resulten en cambios tangibles y sociedades más equitativas?

29 de octubre de 2020 — A lo largo de la historia, personas en todo el mundo han recurrido a la protesta, en particular a las movilizaciones masivas, como una herramienta de lucha contra diferentes  formas de opresión. No hay duda que las movilizaciones masivas han servido para visibilizar causas, crear puntos de presión, educar, y canalizar el descontento generalizado. Sin embargo, a pesar de su impacto inmediato, las protestas masivas por sí solas no han logrado generar cambios tangibles y sostenibles. Las condiciones de opresión estructural en cualquier sociedad se derivan de sistemas económicos, sociales, políticos, y culturales que mantienen el status quo. En este blog exploraremos algunas de las luchas en los Estados Unidos de América, y a lo largo de las Américas en los últimos años. Esperamos que esta exploración pueda comenzar a responder a una pregunta simple pero compleja: ¿Cómo pueden las personas que luchan en contra de la opresión sistémica lograr cambios tangibles y sostenibles que sean beneficiosos para la mayoría de las personas? ¿Qué debe acompañar a las protestas masivas para irrumpir en los complejos e interconectados sistemas de opresión?

 

La Constitución de los EE. UU. garantiza el derecho de reunión pacífica, por lo que existe una historia rica y extensa de protestas, movilizaciones y huelgas que han provocado cambios, muchos de los cuales nos han acercado gradualmente a una sociedad mejor y más justa. Algunas protestas claramente han servido como una base para futuras ganancias. El Boston Tea Party de 1773, un acto de sabotaje económico contra la Corona británica, que protestaba contra las leyes impositivas británicas, es considerada como uno de los detonantes de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. En esa época las acciones de protesta, a veces violentas, formaban parte de una estrategia política integral que tuvo un objetivo claro e inspirador: deshacerse del yugo colonial y declarar a las 13 colonias como una unión independiente, tan imperfecta como lo ha sido hasta ahora. 

 

El movimiento sufragista femenino duró por décadas. En 1919 esa lucha resultó en la mayor ampliación del derecho al voto en la historia de los EE. UU.; y aunque sabemos que a las mujeres Negras y otras pertenecientes a minorías étnico-raciales sólo se les reconoción el derecho al voto décadas después, las protestas fueron un elemento fundamental de la garantía de ese derecho. Años después, aunque los disturbios de Stonewall en Nueva York no terminaron con la discriminación y opresión de las comunidades LGBTQ, fueron un catalizador del movimiento moderno de derechos LGBTQ que ha alcanzado triunfos sostenibles en los EE. UU.

 

Protestas por la liberación negra y los derechos civiles han tenido lugar en los EE. UU.. por muchas décadas. Una y otra vez las comunidades negras han utilizado las protestas, como parte de sus estrategias políticas. Sin embargo, a pesar de triunfos notables, la discriminación racial basada en la ideología de supremacía blanca persiste, la cual se encuentran enquistada en la historia estadounidense desde sus inicios. Recientemente, las impactantes imágenes de personas Negras que son asesinadas a manos de oficiales de la policía en diferentes partes del país han provocado el resurgimiento de una ola continua de protestas masivas tanto en EE. UU. como en el extranjero. El grito unificador ha sido Black Lives Matter (las Vidas Negras Importan). Algunos líderes de esta ola de protesta han señalado con mucha razón la necesidad de entender el vínculo pernicioso entre racismo sistémico y opresión económica. Señalan que sería difícil erradicar el racismo, a menos que también se aborden el conjunto de políticas económicas que hacen que la riqueza y los ingresos se concentren cada vez en menos manos a costa de la gran mayoría, especialmente de las personas negras y de otras minorías étnicas y raciales en los EE. UU.

 

En México, el 9 de marzo de 2020 las mujeres protestaron masivamente en todo el país en contra de la  discriminación y la violencia que sufren la cual se manifiesta en el empleo, en la administración de justicia penal, en las tasas de homicidios de mujeres, incluyendo los feminicidios. A pesar de que fueron calificadas como inéditas, las protestas fueron minimizadas por el gobierno. En septiembre volvieron a protestar y se tomaron un edificio de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (CODHEM), del cual fueron violentamente desalojadas. A los pocos días, un grupo de mujeres ocupó las oficinas principales de la Comisión Federal de Derechos Humanos en la Ciudad de México, para exigir una respuesta frente a la impunidad en los casos de mujeres asesinadas. Estas protestas han encontrado eco en la misma frustración por la impunidad en homicidios y desapariciones forzadas. 

 

Las mujeres demandan una respuesta ante el  impacto desproporcionado que han sufrido a consecuencia de las medidas de restricción de la movilidad por el covid-19. Los feminicidios aumentaron 5.4% en los primeros siete meses de 2020 con relación a 2019. Las mujeres en México viven otra pandemia ignorada y letal, la de la violencia. Las protestas fueron replicadas en por lo menos 25 Estados. El 28 de septiembre Día de acción global por un aborto legal y seguro, las mujeres volvieron a salir a la calle en Ciudad de México, y fueron violentamente reprimidas. Las demandas de las mujeres mexicanas no encuentran respuesta y la frustración aumenta.

 

En América Latina, Chile ha sido ejemplo de cómo la protesta ciudadana puede lograr transformaciones sociales. Es el primer país de la región que eligió democráticamente a un presidente socialista en 1970, derrocado por una dictadura militar que se mantuvo en el poder durante 17 años con masivas violaciones de derechos humanos, período en el cual estableció un régimen político y económico neoliberal. Chile hizo una cuidadosa y tímida transición a la democracia, a partir de un referendo, manteniendo la constitución de 1980 redactada durante la dictadura y el modelo económico. El descontento social se empezó a manifestar con las marchas y protestas del pueblo indígena Mapuche y de los estudiantes de secundaria en 2006, a las cuales se sumaron los estudiantes universitarios, todo lo cual finalmente detonó en el estallido social, como lo llaman los chilenos, hace un año. Las masivas protestas han sido reprimidas de manera particularmente violenta por la policía. Los últimos doce meses han generado un trascendental proceso social, enmarcado en la inequidad económica, demandando reformas profundas. Este 25 de octubre la ciudadanía votó en un referendo histórico para expresar su apoyo o rechazo a la redacción de una nueva constitución, y en torno a la conformación, con o sin miembros del Congreso, de la asamblea constituyente. Este será el inicio de un proceso que tiene la potencialidad de lograr profundas reformas. Los movimientos sociales y políticos en todo el mundo observan atentos y esperanzados.

 

Pero las limitaciones de las protestas para crear cambios sostenibles no pueden ser ignoradas. En Centroamérica, destaca la “Primavera Chapina”, de 2015 en Guatemala, que llevó a la caída del gobierno de Otto Perez Molina por varios casos de corrupción que causaron indignación en la ciudadanía. Estas protestas llenaron de esperanza al país y a la región. Sin embargo, los gobiernos posteriores poco han hecho para transformar la nación. El país vecino, Honduras, lleva más de una década de estallido social y represión tras el golpe de estado a Manuel Zelaya en 2009. A pesar de que las protestas en estos países han sido constantes, no han podido dar un giro en la relación entre los Estados y la ciudadanía. 

 

Lo que es importante destacar es que los esfuerzos por lograr cambios que realmente mejoren las vidas de la mayoría de las personas requieren de un programa político bien desarrollado y ampliamente compartido; que sea intencial en desafiar el poder económico, social, y político de una sociedad. También se requiere la sincronización de varias estrategias, incluyendo campañas de protesta cada vez más eficaces. Avanzar un programa efectivo de cambio tomará tiempo, pero la claridad de propósito y un amplio acuerdo sobre lo que será necesario para alcanzar el fín, harán la diferencia y nos permitirán llegar más pronto que tarde.

 

Estos son sólo algunos ejemplos de las múltiples movilizaciones del 2020. El viernes en la tercera sesión de análisis crítico de la Asamblea de Liderazgo “Poder y Solidaridad para la Transformación”, de Alianza Americas discutiremos los casos de Egipto con la Primavera Árabe, de México con las protestas de las mujeres y de Chile para intentar identificar los elementos y factores que permiten que las protestas resulten en cambios masivos y sustanciales. Esperamos en este nuevo espacio de discusión, considerar elementos relevantes para las protestas y movimientos reivindicatorios de derechos que están teniendo lugar en Estados Unidos y en América Latina y el Caribe. 

 

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