21 de abril de 2020 — Cuando la COVID-19 fue declarada como pandemia, a mediados de marzo pasado, los medios de comunicación destacaron un aspecto positivo para el medioambiente: el cierre de fábricas en China, la paralización del turismo en Europa, y la cancelación de vuelos internacionales alrededor del mundo, provocaron una baja en los niveles de contaminación del aire en varios países. En la región, Costa Rica ha reportado mejor calidad de aire gracias a las medidas de cierre económico.
Sin embargo, no hay que olvidar que hay riesgos latentes. A diferencia de la contaminación del aire por la paralización de la economía, el cambio climático no se detiene. De hecho, hay países que ya están luchando contra los dos frentes: a mediados de abril, naciones insulares del Pacífico fueron azotadas por un ciclón que dejó decenas de muertos, inundaciones y cientos de personas sin un hogar donde permanecer durante la cuarentena.
En la región, la temporada de huracanes está a la vuelta de la esquina y ya preocupa a quienes viven en zonas vulnerables. Los expertos advierten que el calentamiento de los mares, como consecuencia del cambio climático, puede causar huracanes cada vez más devastadores. En Puerto Rico, las familias afectadas hace dos años por el Huracán María y por una serie de sismos desde septiembre de 2019, apenas mantienen mínimas condiciones de higiene. Estados Unidos debe mirar hacia la isla y tomar medidas de protección desde ya para evitar más daños.
En países como El Salvador, uno de los más vulnerables al cambio climático por su ubicación en el corredor seco de Centroamérica, el confinamiento se combinó con una ola de calor histórica en el área metropolitana de San Salvador. Esta misma zona es la que en los últimos años ha sufrido una voraz deforestación debido al auge de las construcciones que amenaza el abastecimiento de agua. La pandemia ha dejado en evidencia que garantizar el abastecimiento de agua en los países más vulnerables es cuestión de vida o muerte. Mientras anto, en la zona metropolitana del Valle de México, en México, también se registró una ola de calor combinada con una alta presencia de contaminación del aire, pese a las medidas de confinamiento.
Inseguridad alimentaria y desnutrición
Uno de los aspectos negativos de la paralización de la economía debido a la pandemia por COVID-19 es la inseguridad alimentaria. Tanto en El Salvador como en Estados Unidos, agricultores y ganaderos han reportado pérdidas de cosechas y de leche. Es lamentable que las familias que han dejado de trabajar estén pasando hambre, mientras los productores tengan que desechar, porque no hay un mecanismo de distribución de esos alimentos. En el norte de Centroamérica, el cierre de las escuelas también está poniendo en riesgo de desnutrición a estudiantes de escuelas públicas. En Honduras, se han reportado protestas de personas que no tienen comida debido a la cuarentena. Esta situación motiva a pensar a futuro: si en los próximos meses de estación lluviosa de la región, los agricultores no pueden cultivar granos básicos esenciales en la dieta de las familias centroamericanas, la inseguridad alimentaria y carestía de la vida incrementaría, poniendo en riesgo la vida de las personas. Los ojos deben estar en países como Guatemala, donde antes de la pandemia ya había cifras alarmantes de desnutrición infantil debido al cambio climático. Hay que recordar que la inseguridad alimentaria ya había provocado un éxodo en la región. Esta crisis es momento para reorientar las medidas económicas a un sistema que se adapte al cambio climático para evitar que más personas vulnerables se vean obligadas a huir para garantizar su subsistencia.